El reloj marcaba las 20:48 en Washington D.C. cuando el cielo se iluminó con una bola de fuego. Un estruendo sacudió la tranquilidad de la noche, seguido de un silencio aterrador. Minutos después, el rugido de las sirenas y las luces intermitentes de los vehículos de emergencia rompían la quietud, anunciando lo impensable: una colisión aérea había ocurrido cerca del Aeropuerto Nacional Ronald Reagan.
Un avión comercial en plena maniobra de aproximación y un helicóptero militar en vuelo de instrucción chocaron en el aire, esparciendo restos ardientes sobre el río Potomac. Los testigos relatan haber visto el impacto desde distintos puntos de la ciudad. «Parecía una estrella fugaz, pero con llamas», describió un trabajador de mantenimiento en las inmediaciones del aeropuerto. «Luego se escuchó un estruendo y todo quedó en penumbras».

El avión, identificado más tarde como un Bombardier CRJ7 operado por American Eagle, transportaba 60 pasajeros y cuatro miembros de la tripulación. En el helicóptero Black Hawk viajaban tres militares en una misión de entrenamiento. Las primeras informaciones hablan de un choque inesperado en un espacio aéreo congestionado. Las cámaras de seguridad captaron el momento exacto del impacto: un fogonazo repentino y una estela de escombros cayendo en espiral hacia el río.
La operación de rescate comenzó de inmediato. Más de 300 efectivos, entre bomberos, policías y buzos especializados, se desplegaron en la zona. Pero el clima se convirtió en un enemigo más: temperaturas gélidas y vientos intensos complicaban las tareas de recuperación. Los rescatistas, equipados con trajes térmicos, luchaban contra el frío y la corriente para extraer víctimas del agua. Algunas fueron halladas con vida, otras sin posibilidad de ser reanimadas.
Los medios de comunicación se apresuraron a dar cifras preliminares. Se habló de cuerpos flotando en el río, de personas aferrándose a los restos del fuselaje para sobrevivir. Reportes extraoficiales mencionaban al menos 18 fallecidos, mientras que cuatro personas lograron ser rescatadas con vida. Sin embargo, las autoridades evitaron confirmar datos definitivos, enfatizando que las labores de recuperación seguían en marcha.

Desde la Casa Blanca, las declaraciones del presidente Donald Trump avivaron la controversia. A través de su red social, calificó el accidente como un hecho evitable y apuntó al helicóptero como el responsable. «La noche estaba CLARA, las luces del avión encendidas, ¿por qué el helicóptero no se apartó? ¡NO ESTÁ BIEN!», escribió en su mensaje. La afirmación generó revuelo en el ámbito aeronáutico y militar, donde expertos aseguraban que era prematuro señalar culpables sin una investigación detallada.
Las agencias gubernamentales tomaron cartas en el asunto. El Departamento de Defensa y la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB) abrieron investigaciones paralelas. Mientras tanto, el FBI declaró que, por el momento, no existían indicios de que el choque estuviera relacionado con un acto intencionado.

El tráfico aéreo en el aeropuerto fue suspendido temporalmente, generando retrasos y cancelaciones en decenas de vuelos. Pasajeros en la terminal, aún sin entender la magnitud del desastre, buscaban información en las pantallas que reflejaban retrasos indefinidos. La incertidumbre se extendía por los pasillos del aeropuerto, mientras el país intentaba procesar lo ocurrido.
El último accidente aéreo de esta magnitud en Estados Unidos había ocurrido en 2009, cuando un vuelo de Colgan Air se estrelló en Nueva York, cobrando 49 vidas. Ahora, en pleno 2025, el país se enfrenta a otra tragedia que marcará la memoria de la aviación. Mientras tanto, las aguas heladas del Potomac guardan respuestas que solo el tiempo y la investigación podrán revelar.