
El 18 de marzo de 1995, Sevilla se convirtió en la sede de uno de los eventos más importantes de la historia reciente de la monarquía española: la boda de la infanta Elena de Borbón y Jaime de Marichalar. Este enlace no solo significaba el compromiso de la primogénita del rey Juan Carlos, sino también un momento clave para la imagen de la familia real en una España que acababa de consolidar su democracia.
Aquel día, la capital andaluza se engalanó para recibir a una de las ceremonias más esperadas y seguidas del año, en un evento que fue un hito para la Corona en aquel momento. La boda de Elena y Jaime, que se celebró en la Catedral de Sevilla, se convirtió en un acontecimiento que convocó a 1.500 invitados, entre los que se encontraban representantes de las casas reales más importantes de Europa.
En total asistieron miembros de la realeza de 39 casas reales de todo el mundo. Aquel día, la infanta Elena no solo unió su vida con Jaime de Marichalar, un aristócrata de renombre, sino que también lo hizo en una ciudad que tenía un significado especial para ella. La infanta había elegido Sevilla por dos motivos: rendir homenaje a su abuela, la condesa de Barcelona, muy aficionada al Betis y para celebrar su propio amor por la ciudad, su gente y su cultura.
La ceremonia comenzó a las 12 del mediodía, con el novio entrando por la puert. Jaime de Marichalar llegó a la Catedral acompañado de su madre, la condesa viuda de Ripalda, Concepción Sáenz de Tejada. La ceremonia continuó según lo previsto, con un cortejo real que incluyó a la reina Sofía, acompañada de su hijo, el entonces príncipe Felipe, y la infanta Cristina, que entró del brazo de su primo, Juan Gómez-Acebo.

Una de las imágenes más esperadas de ese día fue la de la infanta Elena entrando en la catedral del brazo de su padre, el rey Juan Carlos. Para la ocasión, Elena lució un espectacular vestido de corte princesa, diseñado por el modista sevillano Petro Valverde.
El vestido era de seda natural y bordado en color marfil. A este espectacular diseño, le acompañó un velo de tul de cuatro metros, un detalle que le confería un aire solemne y elegante. Para completar su look nupcial, Elena optó por joyas de gran significado, como la tiara Marichalar, regalo de su suegra, la madre de Jaime, y pendientes de su propia madre, la reina Sofía.
El acto estuvo marcado por la emoción palpable del rey Juan Carlos. Y es que durante esta jornada dejó de ser el rey de España para convertirse simplemente en un padre orgulloso que llevaba al altar a su hija. Durante la ceremonia el ahora rey emérito no pudo evitar derramar algunas lágrimas, dejando ver la profunda emoción que sentía por este momento tan especial en la vida de su hija.
Un momento curioso de la ceremonia fue el despiste de la infanta Elena al saltarse el protocolo de pedir la autorización de su padre antes de pronunciar el «sí, quiero». Esta pequeña omisión, provocada por los nervios del momento, dejó a Juan Carlos un tanto desconcertado. Sin embargo, su sonrisa al final del incidente demostró que lo más importante para él en ese día era la felicidad de su hija.
Una ciudad entera volcada en la boda real
Tras la ceremonia, los recién casados, Elena y Jaime, salieron de la catedral en una calesa del siglo XVIII, dando comienzo a un recorrido por las calles de Sevilla, donde miles de personas se habían reunido para vitorear a la pareja. La multitud los saludaba con entusiasmo, y la primera parada fue en la parroquia del Salvador, donde reposan los restos mortales de los bisabuelos de Elena. Allí, la infanta depositó su ramo de flores en un gesto de homenaje a sus ancestros.
La jornada continuó con una celebración que reflejó la magnitud del evento. En el Real Alcázar de Sevilla se celebró un banquete nupcial que dejó una huella imborrable en la memoria de los asistentes. El chef sevillano Rafael Juliá se encargó de preparar un menú digno de la ocasión, que incluyó platos como lubina del Cantábrico con trufas y almendras, perdiz roja helada con salsa de caramelo y la tradicional tarta nupcial decorada con flores de lis en chocolate.

Un enlace de alto perfil internacional
La boda fue un evento internacionalmente relevante, no solo por la presencia de los miembros de la realeza española, sino también por la asistencia de representantes de otras casas reales de Europa. Entre los invitados más destacados se encontraban la princesa Beatriz de Holanda, el príncipe Rainiero de Mónaco, acompañado de su hijo Alberto, y el príncipe Carlos de Inglaterra, así como la reina Paola de Bélgica y otros miembros de las casas reales de Dinamarca, Jordania y Luxemburgo. Este notable elenco de figuras reales dejó claro que el enlace entre Elena y Jaime era considerado un acontecimiento de relevancia mundial.
En cuanto a las relaciones familiares, también estuvo presente la princesa Tatiana de Liechtenstein, quien en su momento fue considerada como una posible candidata para el príncipe Felipe, aunque la relación finalmente no cuajó. Su presencia, junto con otros miembros de la nobleza, contribuyó a la atmósfera de prestigio y solemnidad que rodeó la boda.
La evolución del matrimonio de Elena y Jaime
Aunque el enlace de Elena de Borbón y Jaime de Marichalar comenzó con grandes expectativas, con el paso de los años, su relación atravesó dificultades que culminaron en un anuncio que sorprendió a la opinión pública. En 2007, la Casa Real anunció un “cese temporal de la convivencia” de la pareja, una frase que rápidamente se interpretó como el principio del fin de su matrimonio.
Finalmente, en 2009, la pareja firmó su divorcio, y Jaime de Marichalar perdió el título de duque de Lugo, que había recibido como regalo de boda de parte de los reyes Juan Carlos y Sofía. Del matrimonio de Elena y Jaime nacieron dos hijos, Felipe Juan Froilán y Victoria Federica, quienes, a lo largo de los años, han sido figuras mediáticas y protagonistas de varios titulares, ya sea por su comportamiento en público o por su estilo de vida.
Froilán, conocido por su afición a la fiesta y protagonista de varios ‘memes’ históricos, y Victoria Federica, quien ha forjado su carrera como influencer, son dos figuras que han generado tanto simpatía como controversia dentro de la familia real.

El legado de la boda real
Hoy, a 30 años de aquel 18 de marzo de 1995, la boda de Elena y Jaime sigue siendo recordada como uno de los grandes momentos en la historia de la monarquía española moderna. A pesar de que su matrimonio no perduró, el enlace dejó una marca indeleble en la sociedad española y en la memoria colectiva, no solo por la pompa y el protocolo, sino por la emotividad de los momentos vividos por la familia real y por la celebración de un amor que, aunque efímero, fue un reflejo del contexto histórico y social de su tiempo.
La ceremonia en la Catedral de Sevilla, el espléndido vestido de la infanta, las joyas familiares y la calidez del pueblo sevillano se han convertido en símbolos de una época que muchos recordarán como una de las más brillantes para la monarquía española. Aunque el matrimonio entre Elena y Jaime terminó en divorcio, la historia de su boda permanece intacta en la memoria de quienes fueron testigos de aquel día histórico.