Tras los pasos del peregrino: una crónica del Camino de Santiago Portugués desde Lisboa

Tras los pasos del peregrino: una crónica del Camino Portugués desde Lisboa
Loquis

Lisboa: el prólogo perfecto

Todo gran viaje comienza con un suspiro. En Lisboa, ese suspiro tiene forma de tranvía 28, de miradores cubiertos de azulejos azules y de pastéis de nata aún humeantes. La ciudad no es solo el punto de partida, sino una metáfora del Camino: empinada, luminosa y llena de recovecos que invitan a perderse. Al amanecer, cuando las primeras luces doradas golpean el Castillo de San Jorge, las mochilas ajustadas emprenden la marcha hacia el norte. El verdadero viaje —aquel que se hace con los pies y el corazón— está por comenzar.

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De Alverca a Santarém: la pedagogía del esfuerzo

El Camino Portugués no regala paisajes; los cobra con sudor. Entre Alverca do Ribatejo y Santarém, la ruta desnuda su alma: tramos industriales que desafían la romántica idea del peregrinaje, carreteras sin sombra bajo el sol luso y aldeas donde el silencio solo se rompe con el canto de los gallos. Pero toda incomodidad tiene su recompensa. Santarém, la «capital del gótico», espera en lo alto como un premio. Sus iglesias de piedra tallada, sus miradores sobre el valle del Tajo y sus calles empedradas son un recordatorio: los caminos más duros llevan a las vistas más hermosas.

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Azinhaga, Golegã y Torres Novas: la ruta de los sueños portugueses

En Azinhaga, pueblo natal de Saramago, el tiempo parece haberse detenido entre las casas blancas y el rumor del río Almonda. No es difícil imaginar al Nobel paseando por aquí, buscando historias entre los bancos de la plaza. Más adelante, Golegã despliega su herencia ecuestre en la Feria del Caballo Lusitano, donde los animales parecen esculpidos en terciopelo. Y en Torres Novas, el castillo templario del siglo XII vigila el horizonte con la solemnidad de quien ha visto pasar siglos de peregrinos.

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Oporto y la costa atlántica: el abrazo del Duero y el mar

En Oporto, el Camino se viste de gala. La Torre de los Clérigos señala el cielo, las bodegas de Vila Nova de Gaia perfuman el aire con aromas a roble, y el río Duero refleja los azulejos de los edificios como un espejo líquido. Pero la ruta sigue hacia el norte, ahora junto al Atlántico. En Vila do Conde, las casas de pescadores pintadas de colores vivos parecen sacadas de un cuadro naíf. En Apúlia, los antiguos molinos de viento se alzan como centinelas de otra época. Y en Marinhas, la brisa salada mezcla el cansancio con la promesa: Santiago ya está cerca.

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Uno de los caminos más auténticos

El Camino Portugués no es el más fotogénico, pero sí uno de los más auténticos. Aquí no hay multitudes, sino pueblos que respiran despacio, peregrinos que comparten pan, y un silencio que, paradójicamente, dice mucho.