
Un duelo con aroma a épica
Lisboa amaneció con la tensión propia de las grandes noches europeas. La capital portuguesa recibía un duelo que prometía emociones fuertes: el Benfica, impulsado por su afición, se preparaba para un nuevo asalto ante un Barça que ya le había arrebatado la gloria en un partido inolvidable de la fase de grupos. Pero el destino tenía reservada otra historia llena de giros inesperados.

Un inicio eléctrico
Ni el más optimista habría imaginado un arranque tan frenético. Apenas habían transcurrido veinte segundos cuando el Benfica encendió las alarmas en el área blaugrana con un disparo cruzado de Aktürkoğlu. Szczesny, en su primer gran acto de la noche, despejó con la yema de los dedos, dejando claro que su papel sería crucial. El Barça respondió rápido: Dani Olmo, con un latigazo lejano, avisó de que el partido sería un pulso sin tregua.

Una triple oportunidad que pudo cambiar todo
Las ocasiones no se hicieron esperar y, en el minuto 12, el Barça tuvo el 0-1 en una jugada digna de repetirse en bucle. Un centro tenso de Raphinha dejó el gol en bandeja a Dani Olmo, Lewandowski y Lamine Yamal, pero el portero Turbin decidió que no era el momento. Tres disparos, tres paradas y una sensación de incredulidad en los rostros blaugranas.

La expulsión que cambió el partido
Cuando el reloj marcaba el minuto 22, el guion dio un giro drástico. Pau Cubarsí, al ver a Pavlidis lanzarse en carrera hacia el área, decidió arriesgar y fue al suelo sin tocar el balón. El árbitro no dudó: roja directa. Con una hora por delante y un hombre menos, el Barça se enfrentaba a una misión casi imposible.

Flick reacciona y el equipo resiste
En una decisión de emergencia, Hansi Flick sacrificó a Dani Olmo y dio entrada a Araujo para reforzar la defensa. El Benfica olió la sangre y se lanzó al ataque, pero algo extraño sucedió: el equipo portugués perdió claridad y la presión inicial se diluyó. Para desgracia de Las Águilas, su afición interrumpió el partido con fuegos artificiales, dando un respiro inesperado al Barça.

Szczesny, la muralla infranqueable
El Benfica volvió a la carga antes del descanso con un cabezazo letal de Aktürkoğlu que tenía destino de gol. Pero ahí estaba Szczesny, inmenso, sacando una mano milagrosa que dejó helado al estadio. El Barça, lejos de rendirse, terminó la primera mitad con una pincelada de fantasía: un taconazo de Pedri que casi encuentra a Lamine Yamal en el área.

Un Benfica impreciso y un Barça paciente
El segundo acto comenzó como el primero: con los portugueses asediando. Pavlidis y Aursnes dispusieron de dos oportunidades clarísimas, pero la fortuna les dio la espalda. El Barça, con uno menos, esperaba agazapado su oportunidad, consciente de que en el fútbol, a veces, la paciencia es el mejor aliado.

Raphinha y el golpe definitivo
Si alguien tenía que romper el partido, ese era Raphinha. El brasileño, verdugo del Benfica en la fase de grupos, volvió a vestirse de héroe. Recibió el balón lejos del área, no lo pensó dos veces y sacó un disparo que, tras rebotar en António Silva, terminó besando la red. Un golpe cruel para los portugueses y un alivio inmenso para el Barça.

Sufrimiento hasta el final
El gol desató la furia del Benfica, que se lanzó a tumba abierta. Los centros llovieron sin cesar, los disparos se multiplicaron, pero la historia estaba escrita: Szczesny era un muro infranqueable. Cada intervención suya desesperaba más a los lusos, que vieron cómo su oportunidad se escapaba sin remedio.